Estacionarse.
Ella había bebido un par de copas de vino blanco antes de subir al auto q la llevaría al destino final: ese difícil y confuso momento con el q soñaba frecuentemente desde hace ya días atrás y q la hacía dar vueltas en la cama hasta despertar sudando frío a las tres cincuenta y dos de la mañana.
Soy capaz de aprender extensos textos de memoria, de hacer cálculos difíciles aunque fuera necesario leer libros enteros para resolverlos, de resolver acertijos aunque me tome días descifrando en la regadera su solución y de disfrutar los pequeños sonidos y olores que pocas personas detectan, pero siempre he tenido un pésimo sentido de orientación.
Detuvo la mirada en el semáforo en amarillo y, como siempre, se preparaba para acelerar en el momento en q apareciera el color verde. Al ritmo de reggeton, la bocina parecía gritar q era hora de soltar el freno del auto.
La entrada a los estacionamientos a los q se ve obligada a entrar siempre son una diagonal. Eso es lo único q le reduce el riesgo al impacto de adentrarse en una dimensión tan conocida q le es desconocida. Después, todos esos cajones negros con las líneas amarillas q brincan sobre el piso cuando se encuentran vacíos .
Esperar a que salga un auto del cajón para poder estacionarme me causa estrés. Saber q en muchas ocasiones hay alguna estupida q quiere entrar, aún en sentido contrario, me da rabia. Me incomoda esa mirada inconciente q sale de mí para marcar mi territorio como animal.
Un cajón vacio la llamó y ella, dudando de su intención, manejó el auto al lugar q le gritaba. Apagó el cigarro q la ayudaba en la travesía, revisó q las ventanas estuvieran cerradas, tomó su bolsa y bajó a enfrentar ese monstruo de dudas y preguntas q necesitaba aniquilar.
Siempre q regreso al estacionamiento para irme a casa, recuerdo q –valga la redundancia- no recordé dónde había dejado el auto. Entonces viene la molestia de pararme ahí, en medio de todo y de nada, buscando el color naranja dificil de pasar desapercibido, dándome golpes imaginarios en la cabeza por siempre actuar sin pensar en las consecuencias.
Perdida a su regreso y molesta con ella misma por ese mal, q parece tener desde pequeña, de ser tan observadora y exigente con los pequeños detalles, pero olvidadiza con los grandes, caminó por los distintos pasillos del estacionamiento hasta encontrar su auto.
Estacionarme es como enamorarme: meto las patas sin saber q puedo acabar perdida en un remolino de preguntas, de dolores de cabeza, de sentir sin pensar, de pensar en sentir...de sentir pensando.
Una sensación de alivio le recorrió todo el cuerpo al ver q el auto seguía en su espera y q su espacio personal no había sido quebrantado por ningun idiota.
Subió al auto y encendió el estéreo una vez más pero, a diferencia del ritmo q la había llevado hasta ahí, un bajo sonido de violines le dieron una palmada en la espalda y le indicaron q era momento de regresar a la cotidianeidad, con el aire entrando por la ventana cuando el acelerador era presionado y el freno tomaba su tiempo para dormir.
Después de todo así es el amor: te permiten entrar, tomas un lugar, creas espacios, disfrutas tiempos, vives en mundos paralelos q muy poco tienen de realidad, caminas en pisos ajenos a ti y, eventualmente, con el pánico apretándote la garganta y las lágrimas q no saben lo que ha de venir…
te llega el tiempo de abandonar el lugar
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